domingo, 15 de marzo de 2020

Serie: Crónicas del Socialismo del siglo XXI. #6 Gran encuentro boxístico con la realidad

EZIO SERRANO PÁEZ / IDEAS EN LIBERTAD 15MAR2020
Mi nombre es Inocente Ceguera. Mis amigos  me llaman cariñosamente El peor.  ¿Por qué me dicen así? Pues, según ellos, no hay  peor Inocente Ceguera  que el  que no quiere ver. Para envidia de muchos,  soy boxeador,  campeón nacional semipesado de credulidad, lo cual se dice fácil, pero he debido desarrollar habilidades muy especiales para llegar a ser lo que soy. 
Si desean mayores referencias de mi vida personal, las pueden hallar en mi página web: www.nohaypeorciego.com  Desde muy  temprana edad,  entendí  que el mundo  le teme a la  realidad.  Esto  me lo confirmó  más tarde mi entrenador, un hombre  realmente sabio. Me habló  de un tal Platón,  según  el cual,  no debe hablarse de  la realidad sino de esencias. Decía el tipo: lo que vemos  no es más que el reflejo, las sombras  de  las ideas,  los números, los conceptos.  ¡ Y para mi, esa vaina es miedo¡ ¡ culillo para  no  identificar  lo que  realmente  existe! Mi entrenador  me enseño que  los humanos se sienten más seguros  junto  a los números y los conceptos  que  al lado de otros de su misma especie.


Entonces,  para evitarme problemas por  incomprensiones, me volví  crédulo  por convicción.  Y es que en estos tiempos, uno  no puede estar  averiguando  qué es  verdad y qué es mentira.  Fíjense lo que ocurre con el Coronavirus. Por un lado  todo el mundo se encierra, como si la muerte estuviese esperando  que abras la puerta para darte el golpe con su  parca.  Y  por el otro, las estadísticas hablan solamente  de  un 2%  de peligro real. ¿A quién creer? Pues yo prefiero  creer en las cifras, en los números, en las estadísticas, sobre todo en las que  me proporciona el presidente obrero, sustituto de mi amado comandante. ¿Y qué me dicen los números?  Pues que tenemos  hospitales 100%  equipados, con  profesionales  al 100%  preparados,  con capacidad de atender el  500%  los casos nacionales e internacionales.


Eso si, ¡Soy crédulo pero no miedoso!  Por ello me hice boxeador y me  tracé  como meta  profesional, sostener   el  Gran Encuentro Boxístico con la Realidad.  No desearía cansarlos con una larga perorata, y menos llevarlos a pensar que soy egocéntrico al hablarles sólo de mí. Hago un gran esfuerzo para vencer mi natural timidez, pues en realidad soy, como diría el célebre doctor Uslar,  un pendejo como cualquiera de ustedes. Pendejo campeón o campeón pendejo, para mi es la misma pendejada.  Pero  deseo subrayar algo bastante difundido por los medios deportivos. Si he llegado a ser el campeón  semipesado de la credulidad, ha sido por mi propio esfuerzo. He debido sostener grandes combates con el asombro, la perplejidad, la verdad, el pesimismo y el escepticismo. A todos los he derrotado por nocaut, ninguno ha ido más allá del quinto asalto.   Como diría un  tal Descartes, muy mentado por mi entrenador: No dudo, luego existo.  Así soy yo.


Y les confieso una cosa: desde que me inicié en esto, desde  mis primeros pasos,  tuve un sueño, tuve una meta, y siempre fue ¡enfrentarme a La Realidad! Siempre supe  que llegaría a derrotarla, y al fin parece  que mi sueño  se cumplirá. Trabajé duro para esto, nada me ha sido obsequiado. De hecho fui el campeón nacional invicto de la A.N.B.A, es decir,  Asociación Nacional de Bolsas Amateur. ¡Tremenda escuela muchachos! Fue allí donde me inicié  creyendo  cosas. Como  por ejemplo, aquello que decía mi  recordado comandante eterno: ¡Dame tu voto por amor!..Ser rico es malo,  nos bañaremos en el Guaire limpio y cristalino,  reduciremos el  número de  ministerios, etc.  De esta  época viene mi credulidad  en los  números y  mi odio a la  realidad: ¡Tenemos  analfabetismo cero!  ¡La escolaridad de  niños y jóvenes está al 100%.  ¡Ya hemos construido  5 millones de casas! Los números dan confianza, por eso creo en ellos.


Para  serles franco, mi éxito  no se habría producido  si  previamente  no me hubiese preparado para  creer.  Pienso que eso lo llevo en la sangre.  Recuerdo  tiempos en los cuales  creía con fervor aquello de: “¡Vamos a tomarnos una fría! ¡Eso si… sólo  una!  El entrenamiento me permitió avanzar  y creer  cosas como: ¡Mi amor, te juro que eres mi único hombre en los  cinco años  que llevo divorciada!  Bueno, y cosas así. Yo me entrenaba todos los días para elevar mi nivel. Practique mucho con aquello de: ¡Espera tranquilo, yo te llamo! Pero cuando un día, al llegar a casa,  consigo al vecino  desnudo  con  mi esposa, y  ambos gentilmente  me explicaron lo de su alergia al calor del día,  pues ese día supe que estaba listo para ser pendejo profesional. Y fue esa  la razón por la cual traté de asegurar mi éxito, contratando los servicios de un entrenador  en boxeo que también fuese experto en ofertas matrimoniales y electorales…¡miren que no es fácil hallar un entrenador con ese triple  perfil!


Pues, como les dije, en todo momento pensé  que derrotaría  a mi  desprestigiada adversaria, la Realidad. De hecho,  fui yo quien insistió ante mi manager para que gestionara el encuentro. Este negoció una distribución  40-60 de la bolsa a nuestro favor por ser yo el campeón, aunque el siempre administró los recursos. El pobre trabaja mucho administrando la plata. El dice que yo soy muy pendejo y no me deja los cobres pues yo los gastaría en pendejadas.  Fue muy extraño que mi adversaria aceptara la gran pelea y concediera el 100% de la bolsa a nuestro favor. Sólo pedía para ella, mi reconocimiento, la aceptación  de su condición realmente existente y que liberara unos pajaritos preñados que mantengo en casa. Acepté el trato, a todas luces favorable para mí.


El gran encuentro boxístico quedó fijado para el día 28 de diciembre, por añadidura, el día de los inocentes.  Se efectuaría en el Palacio de la Esperanza Deportiva  con un lleno total, taquilla agotada, trasmisión en vivo, por cable y señal abierta. Con semejantes características para un evento de su tipo, debí acudir a un intenso y rápido entrenamiento con verdaderos expertos en el arte del ilusionismo negador de la verdad. ¡Me resultaba imperioso vencer!


Por tales razones, decidí entrenarme en el gimnasio del Instituto Nacional de Estadísticas. Allí pude practicar, bajo la mirada incisiva de los técnicos  que manejan escrupulosamente las cifras nacionales.  Estos  mismos personajes certificaron  mi poderoso jab de cifras engañosas, y mi arma mortal: mi gancho de ofertas electorales parlamentarias.  Para completar mis herramientas de combate, el técnico me suministró las cifras de Barrio Adentro, expuestas por inocentes niños (incapaces de mentir), ilustrativos de los 65 millones de pacientes atendidos y curados de crueles enfermedades. El esmero puesto por mi entrenador y su veteranía en el boxeo de sombras, permitió que al cierre de mi ardua y fulgurante preparación, ya contaba con una larga lista de técnicas y herramientas como el recto al mentón anti inflacionario, el full contact hospital abastecido, el jab pernil seguro, el  uppercut soberano alimentario,  el  swing de la soberanía nacional y el gancho de la potencia energética.


Mi victoria parecía confirmarse cuando supe que mi adversaria, la Realidad, no estaba entrenando como si lo hacía yo. Al parecer, su afición por la moda (no por casualidad es de género femenino), le mantenía ocupada, procurando mantenerse al día. Por esto, a veces se mostraba en público  con trajes hechos de hospitales colapsados, otras veces vestía de apagón, otras de falta de agua o se vestía de hiper inflación,  entre otros atuendos.  Esta afición, natural en las de su género, sería una debilidad que yo estaba seguro  podría aprovechar, a pesar de ser una contrincante voluble.


Llegó el día y la hora indicados para la gran pelea. Todo el espacio de la plaza bullía entre luces de reflectores y la intermitencia del accionar de las cámaras fotográficas. Poco antes de salir de mi camerino, trajeado con mi short  y túnica tricolor nacional, mis asesores técnicos, uno de Telesur y otro de VTV, me dieron las instrucciones finales. Uno de ellos, el  enviado por el ministro de deportes   me dijo con voz grave:


Vas a triunfar…vas a derrotar a la Realidad, pero recuerda esto, mi pequeño saltamontes: Un coñazo falso tirado mil veces, puede llegar a ser verdadero. Cuando te ataque, ¡¡no mires la cara de tu adversario!!, cierra tus ojos y aprieta el trasero.  Desde ese momento, la idea  de no verle la cara a  La Realidad se clavo como cuchillo en mi mente. No era eso lo que yo deseaba. Al contrario, mi meta siempre fue verle la cara y darle sus golpes. Pero la voz del técnico se  repetía de forma constante  y lacerante en mi mente: ¡No ver la cara a La Realidad!


Ya en el ring, entonamos los himnos nacionales respectivos. Se trataba del  mismo himno, sólo que en la segunda ocasión se entonó al revés. Con algo de disimulo, el árbitro me susurró que todos los jueces eran pagados por la Presidencia, es decir, yo era el favorito. Miré subrepticiamente hacia el estrado y pude constatar la sonrisa aprobatoria del jurado, indicándome de antemano cual sería su veredicto, si la pelea no se decidía por nocaut.


Round 1

El primer round fue de estudio. La vi acercarse con una calma pasmosa, sin ninguna prisa, como quien está muy seguro de sí. Comencé a jabear con mi izquierda y lancé  las cifras sobre disminución de la pobreza. Hasta logre tocarla con mi gancho izquierdo recordatorio de que ser rico es malo. Fue mi mejor golpe del round, aunque La Realidad no se inmutó al bloquearlo con una imagen del estilo de vida de la familia presidencial. Me concentré en los movimientos y el guanteo del adversario, siguiendo el sabio consejo de ¡no mirarle  la cara!


Round 2

Salí con mayor decisión en busca de un golpe estilo 4 de febrero. Deseaba allanar el camino del nocaut.  Pero, por ahora los objetivos no serían logrados. Sin embargo, no me rendí sino que invertí buena parte de mis mejores energías. Lancé repetidas veces el upper del Hombre Nuevo, copiado de Teofilo Stevenson. Insistí con mi jab de cifras engañosas y en vano remataba con mi gancho de ofertas electorales en forma de Bono de la Patria.  La Realidad bloqueaba mis ataques casi con indiferencia, usando la técnica del colapso del Metro y otros servicios. Pero, a pesar de verme tentado en varias ocasiones, logré evitar mirar el rostro de La Realidad.


Round 3
Llegados a este round, comprendí que no derrotaría a este rival sin la ocurrencia de un milagro. Ni el té de coca donado por Evo e ingerido en lugar del agua, habría de devolverme la iniciativa. Traté de impresionar utilizando  algunas fintas como la bicicleta de Muhammad Alí combinada con la  justicia del TSJ, pero sólo logré disminuir mis energías.  Empezaba a sentirme extenuado y La Realidad aún no lanzaba su ataque. Se limitaba a bloquear mis golpes con  tal sobriedad que aún no se observaba una gota de sudor aportada desde su lado. Probé con mi guardia abierta y cerrada, con el recto izquierdo y derecho de las misiones, el gancho de la soberanía anti imperialista, el directo adelantado de las bondades del arañero, lo intente todo, pero nada logré. Sólo agotar mis últimas reservas de energía. Pero aún así contuve mis deseos de mirar el rostro de un adversario tan formidable.


Round 4 (La caída)
Mi agotamiento era tal,  que estuve a punto de abandonar la pelea al iniciar este round. Decidí echar el resto y comencé a lanzar todo mi arsenal: golpes de derecha e izquierda a lo eje Orinoco-Apure, ganchos soberanos y patrióticos, el jab liberador sin afán de lucro, y muchos más. Frente a este ataque final, la Realidad colocó casi con piedad su guante izquierdo en mi frente y procuró elevar mi cabeza para que yo viera su rostro. Me vi como marioneta, sostenido desde mi cabeza por La realidad, mientras yo lanzaba golpes que no llegaban a ninguna parte. En tal situación, no logré mantener mis ojos cerrados. Al abrirlos, pude ver en el rostro de mi adversaria los miles de muertos producidos por el FAES,  los presos y torturados,  el país saqueado por las mafias. Vi además, los hospitales colapsados, los millones de venezolanos expatriados, nuestra soberanía entregada a otras naciones.


Mientras estas y otras imágenes se agolpaban en mi mente, yo me desplomaba. Mis piernas fallaban y la lona se convertía en mi territorio liberado. Pero en ese mismo instante, un apagón se producía en la escena. El milagro añorado ocurrió. La energía se fue, no sólo en mi cuerpo por agotamiento de las reservas aportadas por glúcidos, prótidos y lípidos, sino que también se fue en todo el distrito, producto de los problemas del sistema de distribución o el estallido de algún transformador.  Otros hablarían de sabotaje.


Cuando desperté, me encontraba en mi camerino. La luz aún no llegaba,  me vi rodeado de los asistentes y mi técnico quien me informó de lo ocurrido en la última media hora de involuntaria  ausencia: Los jueces aprovecharon la confusión originada por el apagón y me dieron la victoria por unanimidad. Había derrotado a La realidad, aunque  desde ese momento pude comprender con exactitud lo que significaba una victoria de mierda. Por puro respeto y gallardía deportiva, en ese momento decidí que al llegar a casa, liberaría  los pajaritos preñados en cautiverio. Tal como requería mi contrincante en el contrato, aunque mi manager como siempre, decidió administrar  la bolsa.


Referencias
Imagen: Obra “The Boxing Match” de William Roberts
Tomada de: Ideas en Libertad

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