Benito Rodríguez era un estudiante crónico de la Escuela de Antropología. Allí conoció a Nubraska Díaz, bastante más joven, pero ambos esclarecidos con ideas de rebeldía anti-sistema. Eran tiempos de la revolución en ascenso, y la pareja muy pronto se vería involucrada en el torbellino de pasiones característico de aquél momento.
Para unos, la vida humana la rige el azar, para otros, nada ocurre por casualidad. Pero en todo caso, un tercer personaje se añade a esta historia de vidas que se cruzan para producir un resultado absolutamente inesperado. Benito y Nubraska conocieron a Radamés Santana, veterano profesor de Teoría y Métodos del Pensamiento Primigenio.
Con el triunfo de los revolucionarios, el nombre del profesor comenzó a sonar, primero como diputado, luego como director de planificación cultural, y últimamente se sabe de su proximidad con el Ministro de la Cultura. Progresivamente se fue alejando de la vida universitaria para adentrase en el laberinto de la administración pública. La relación de Benito y Nubraska comienza a debilitarse cuando ella es invitada a trabajar en aquel ministerio como asistente del profesor Radamés Santana. Benito, por su parte, radicalizado en sus posiciones ideológicas, y algo afectado por la indiferencia de Nubraska, abandona la universidad y decide dedicarse a la medicina natural basada en hierbas autóctonas.
El espacio académico que en un momento vinculó a los tres personajes ya no los une. En cambio, a los oídos radicalizados de Benito Rodríguez llegan noticias inquietantes. El profesor Santana, quien con un leve esfuerzo podría ser abuelo de Nubraska, la tiene como personal de la más alta consideración. Ha de ser por su eficiente labor, piensa, mientras muele hierbas de malojillo. Eran los tiempos de la Pax Cadivi, tiempos de abundancia que permitieron al profesor aportar los recursos necesarios para que Dubraska invirtiera en su futuro mejoramiento profesional. Con tales recursos pudo practicarse la lipo escultura de espalda, abdomen, muslos, brazos y papada. Todo en un solo taller de perfeccionamiento laboral.
La preocupación del docente por el adecuado ambiente de trabajo de su personal, lo incitó a invertir en los implantes mamarios que ahora Dubraska luce con orgullo. Los implantes de glúteos vendrían luego como parte de un curso de extensión. Tal información era procesada por Benito como señal inequívoca de traición a la pureza de los sagrados principios de vida autóctona que deben ser practicados por los revolucionarios. No hay modo de entender, según Benito Rodríguez, la relación existente entre la cirugía estética y el ascenso en los cargos de la administración pública.
Sin duda, hay diferencias importantes entre los tres personajes. Mientras Dubraska escala vertiginosamente su escalafón laboral, esculpiendo su figura, Benito se enrola en el colectivo América India y Profunda (A.I.P). En tanto el profesor Radamés Santana decide aplicarse una cirugía de alargamiento del miembro, a petición de su joven asistente. Mientras la dispar pareja aprovecha las tecnologías clínicas para explorar los senderos turbulentos del erotismo, Benito por su parte, en un día de resistencia indígena, participaba en la destrucción de la estatua de Cristóbal Colón: había que deshacerse de los símbolos de nuestros opresores, decía, mientras arrastraban los bloques restantes a la caída del almirante genovés.
Al parecer, no todos los extremos se tocan. Una curiosa orden emanada de lo más alto del poder, habría de reconstruir el contradictorio triángulo. Se había convocado a todos los grupos y colectivos vinculados con la cultura y el rescate de la identidad nacional originaria. Las directrices que llegaban de la máxima jefatura del Estado propugnaban “Una Revolución Cultural”. Pero no cualquier revolución. Se trataba de la vuelta a las raíces, el rescate de lo auténticamente nuestro, la reivindicación definitiva de lo más puro y genuinamente nacional, por oposición a la cultura imperialista neoliberal del capitalismo. Todo el funcionariado debía actuar en consonancia con la exigencia y dictamen del inobjetable ductor de la patria, el presidente obrero.
Las directrices emanadas de la presidencia anunciaban, la futura creación del Ministerio del Pensamiento, el cual tendría como líneas claves de la Revolución Cultural, la eliminación de las incongruencias denunciadas por el presidente obrero. Ya basta de lucir contradictorios e incongruentes al enfrentar el imperio y a la vez vivir de sus proventos, renegar de la riqueza mientras se amasan fortunas en el exterior, rechazar el lujo mientras se vive a lo saudita, atacar el consumismo mientras se impulsan bodegones. En fin, había llegado la hora de confrontar el guayuco con Versace, la hora de ser radicalmente auténticos. Sin duda, le había llegado la hora a Benito Rodríguez para expresar sus verdades.
Radamés Santana, como director encargado de la plenaria, se hizo acompañar por su exuberante asistente. Esto causo el asombro de los presentes, incluyendo al propio Benito, quien pudo confirmar los rumores escuchados. Pero mayor asombro causó la explicación de Santana: El Ministerio estaba convocando a todos los “creativos” para una “Brainstorming” que permitiera recoger los aportes para confrontar adecuadamente la ideología capitalista y las perversiones de la cultura occidental imperialista en las propias filas revolucionarias.
La gente de América India y Profunda (A.I.P), tomo la iniciativa y el control de la asamblea. Iniciaron formulando las propuestas a cargo de los más brillantes y radicales de sus militantes. Uno de ellos expresó su odio mortal a la tecnocracia corrupta y pestilente:
-Para superar este flagelo, debemos adoptar medidas realmente radicales. Como por ejemplo se debe detener la explotación del petróleo, ese odioso excremento del diablo que nos ha llevado a depender de la tecnología imperialista, fuente nutricia del consumismo nacional.
-Estoy de acuerdo con el camarada Manuel. La riqueza petrolera debe permanecer en las entrañas de la madre tierra pues de ella venimos y allí regresaremos, así sea como polvo- Dijo el camarada Rubén.
Aquella propuesta encendió la llama creativa de los demás presentes. Les resultó algo verdaderamente genial pues el petróleo es el verdadero cordón umbilical que nos amarra a la dependencia extrajera. En consecuencia, había que romper esa maldición. A partir de ese instante, llovieron las propuestas que nos conducirían por el sendero de la autenticidad y pureza espiritual de nuestro pueblo.
-Se deben eliminar las carreteras asfaltadas. Propuso el futuro viceministro de vigilancia del pensamiento. En ellas está presente el malévolo influjo del petróleo. Las carreteras sirven para vincular centros de consumo y de allí al consumismo hay sólo un paso-.
Con tan brillante observación los asistentes entraron en calor y quedó allanado el camino a propuestas cada vez más radicales y novedosas.
Otro funcionario acotó:
-Si eliminamos las carreteras, cosa que apoyo sin condiciones, debemos reivindicar las trochas. ¡Si camaradas! Nuestros aborígenes se desplazaban en trochas a través de llanos, montañas y selvas y eran felices, muy felices, no eran consumistas, vivían en comunidad- Los asistentes rompieron en un estruendoso aplauso indicativo de aprobación y de radicalización creciente.
-La trocha Caracas-La Guaira debe ser declarada Monumento Histórico Nacional, que se aprovechen todas las trochas que la naturaleza ocasione, propuso otro al borde del éxtasis y seguido de más aplausos. En realidad ya la radicalización alcanzaba niveles máximos. Ello animó a Benito Rodríguez, a la sazón, coordinador nacional de ideología médica, barro, aroma terapia y hierbas milagrosas, a condenar el petróleo por sus efectos en la salubridad pública:
-Ese excremento del diablo impuso la ideología tecnocrática en la salud, por su culpa el doctor Gabaldón, un aliado del imperio, regó a Venezuela con DDT, un tóxico terrible. Por su culpa perecieron millones de mosquitos, algunos inocentes. Propongo un minuto de silencio por cada uno de los caídos, y que la malaria sea reivindicada en su noble papel de proporcionarnos el equilibrio demográfico y sustentable que hemos perdido por culpa de la cultura industrialista auspiciada por el petróleo y el imperio.
Esta propuesta del Benito Rodríguez lo habría llevado a su apoteosis de no atreverse a mencionar otro aspecto sanitario:
-La ideología capitalista y tecnocrática tiene que ser derrotada si queremos ser realmente auténticos y originales. Se deben eliminar hospitales, clínicas, equipos médicos y demás artificios que nos impone esta ideología y la pseudo ciencia. Las hierbas y el glorioso barro originario son la alternativa nacional, natural y revolucionaria. Los asistentes seguían aplaudiendo hasta que:
-Propongo ¡¡que se eliminen las cirugías estéticas y el viagra!! ¡¡Son una verdadera afrenta del imperio y la tecnocracia que nos esclaviza en el consumismo!!
El silencio se hizo y no fue por el duelo en memoria de los mosquitos. Fueron escasos segundos pero de vocación infinita. El viejo Radamés Santana, amante ardoroso, sintió un vacío en el pecho. Dubraska permanecía gélida y muda. De pronto, José Cruz, quien aspiraba una cirugía de alargamiento, jefe de planeación ideológica, conocido entre las chicas como “el chucuto”,. Fue quien decidió romper el silencio con su intervención: creo que es mejor pasar a otros puntos de la revolución progresista y humanista. Pasemos a considerar la inminente invasión yankee, pero hagámoslo desde las respectivas oficinas. Todos acogieron la sugerencia, la asamblea había concluido, mientras Benito Rodríguez el proponente, intentaba comprender lo ocurrido.
Referencias
Imagen: Obra “Indiscreción” de Everett Shinn
Tomada de: Ideas en Libertad
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