LUIS ALBERTO BUTTÓ / IDEAS EN LIBERTAD 01MAR2020
«PERO EL QUE MIRA ATENTAMENTE A LA LEY PERFECTA, LA LEY DE LA LIBERTAD, Y PERMANECE EN ELLA, NO HABIÉNDOSE VUELTO UN OIDOR OLVIDADIZO SINO UN HACEDOR EFICAZ, ÉSTE SERÁ BIENAVENTURADO EN LO QUE HACE»
Santiago 1:25.
Necesario es poner los pies sobre la tierra. A la democracia no se le puede seguir representando mediante la icónica imagen de pensadores griegos de la antigüedad deambulando por el ágora para debatir sobre lo humano y lo divino, mientras las masas sometidas a la esclavitud les mantenían liberados del trabajo. A la democracia no se le puede seguir imaginando con base en la leyenda dorada centrada en la exaltación de comunidades aborígenes americanas prehispánicas acordando sus asuntos alrededor de hogueras bajo la dirección de guerreros y ancianos. La democracia es más, mucho más.
La democracia es un asunto real, tangible, así manifestado cuando se concretan en la práctica los principios filosóficos, programáticos y doctrinales que empujaron su conformación y motorizaron su ulterior desenvolvimiento histórico. En otras palabras, la democracia es el sistema político nacido en las naciones más avanzadas del mapamundi al momento de advenir la modernidad; sistema éste que, desde esas latitudes, progresivamente se expandió a escala planetaria como resultado de la unificación de los mercados y la propagación sistemática del corpus ideológico que insufló y sintetizó el espíritu transformador de la burguesía emergente: el liberalismo.
Visto lo anterior, es dable comprender que para operar con grados aceptables de efectividad, la democracia sólo puede hacerlo al discurrir según lo descrito con la adjetivación «liberal-representativa». El epíteto «representativa» se entiende por sí mismo. En sociedades urbanizadas porque dejaron atrás las restricciones de crecimiento demográfico impuestas por la atrasada condición rural, el ejercicio de la participación ciudadana pasa, de manera ineluctable, por el matiz de la selección de representantes a los órganos decisorios en materia de administración de la res pública. Imposible que sea de otra forma, dadas las magnitudes poblacionales existentes y la complejidad del orden social que de ellas se deriva. Así las cosas, en el mundo contemporáneo, el protagonismo de la gente se canaliza y resume en el funcionamiento de los partidos políticos o de las agrupaciones llamadas de la sociedad civil. Lo primero, en aras de concretar los intereses difusos de la sociedad; lo segundo, como mecanismo de defensa de válidos intereses grupales frente a la acción del Estado.
La sustentación del adjetivo liberal es un poco más compleja, pero no por ello difícil de entender. El sistema político democrático nació emparentado con el proceso de construcción, desarrollo y dilatación del capitalismo, resultado esto de las transformaciones económicas y sociales desprendidas del auge de la ciencia y la tecnología encauzado y expresado en las sucesivas revoluciones industriales. Dicho de otra forma, los constructos capitalismo y democracia son fenómenos hermanados en tiempo y espacio y, en su acción combinada, condensan el repositorio de los elementos definitorios de la modernidad. Por esta razón, el sostén teórico de cada uno de ellos como fenómeno particular es el liberalismo. Más concretamente, con base en lo sostenido en los postulados económicos y políticos del liberalismo es que se entrelazan ambas categorías de análisis.
Para puntualizar lo expresado repárese en el hecho de que, en cualesquiera circunstancias, el epítome de la democracia ha de ser la vigencia del Estado de Derecho; o sea, la aplicación y vigencia de cierto conjunto de normas legales acordadas de antemano cuyo estricto respeto viene avalado por los órganos del Estado, empeñados como estos deben estar en cumplir y hacer cumplir el precepto de propiciar, permitir y respaldar el derecho de cada ciudadano amparado en la igualdad otorgada por la ley a ejercer sin cortapisas el grueso de libertades políticas y civiles inherentes a su condición humana. Entre las primeras, dicho esto de manera apenas enunciativa, se cuentan las siguientes: escoger sin coacción a sus representantes ante las instancias de dirección política de la sociedad; reunirse y agruparse con fines políticos (búsqueda y obtención del poder) legales; expresar públicamente su opinión sobre la marcha general de la sociedad y disentir de las orientaciones, acciones y decisiones de los personeros en los cuales se encarnan el Estado y el gobierno, sin que ello implique riesgo alguno de ser castigado por órganos jurisdiccionales, sufrir el escarnio de quienes ejercen el poder ni ser excluido del radio de cobertura de las políticas públicas.
Entre las libertades civiles, amén de profesar la(s) creencia(s) religiosa(s) que se quiera o de identificarse en lo personal a partir de una determinada orientación sexual, se encuentran, con preferencia indubitada, las libertades económicas, especialmente la de ser propietario de medios de producción para ejercer, bajo el sano clima de competencia creado por el libre juego de la oferta y la demanda consustancial a la estructura económica del capitalismo, el incuestionable derecho al lucro personal y familiar; esto es, crear riqueza y distribuirla en las particulares áreas de desempeño con base en las propias capacidades, limitaciones, talento y esfuerzo. En consecuencia, mediatizar, constreñir o impedir la realización de las libertades económicas, de igual relevancia a las libertades políticas y civiles, es un proceder radicalmente antidemocrático.
En sociedades donde las libertades económicas se cercenan, la democracia se resiente, se debilita, se ahoga sin más, pues al sistema político en teoría signado por el respeto a la libertad en sus distintas manifestaciones se le desdibuja la posibilidad real de garantizarla. El punto es que, en principalísima medida, la operación real de las libertades políticas y civiles se desprende del hecho de que el ser humano pueda ser propietario de medios de producción en tanto y cuanto, al esto no concretarse, e impedir que el hombre se enriquezca lícitamente, mientras en la acera contraria el Estado se erige como propietario supremo o más poderoso, el individuo, en su especificidad particular, es anulado sin contemplación alguna ya que todas sus opciones de supervivencia finalizan, inexorablemente, en la relación de dependencia establecida para con la élite en control del poder político; proceso de extorsión socioeconómica masivo destinado a anular el cuestionamiento de las orientaciones y decisiones estatales-gubernamentales cargadas de injusticia, ausencia de equidad y/o que apuntan al dominio temporal de aquellos en los que se encarna el poder constituido, más allá de que el grueso de la comunidad rechace tal circunstancia.
Por consiguiente, erigir un sistema de gobierno que con propiedad pueda ser calificado como democrático pasa por otorgarle poder a la gente de manera sostenida y real. Lo anterior se traduce en no contrariar la facultad de que cada individuo se agencie las condiciones idóneas para demandar y obtener de manera efectiva en el marco social (huelga aclarar; tanto del Estado como de sus congéneres) los derechos así reconocidos, a sabiendas de que en contraprestación debe cumplir con los deberes relacionados. Facultad que sólo se concreta en la medida en que el hombre se enriquece al ser propietario de medios de producción; o sea, cuando materialmente su subsistencia no depende de la «benevolencia» de gobernante alguno. Para decirlo con la claridad requerida: disenso es igual a democracia y las cadenas del no propietario le impiden disentir.
En síntesis, la única democracia factible es la que se gesta, madura y persiste en la medida que florece y se mantiene el esquema económico capitalista; es decir, la democracia liberal- representativa. La discusión en torno a la perfectibilidad del capitalismo es harina de otro costal, aunque el eje transversal de tal debate remite a la comprensión y asunción de que sólo los modelos de acumulación y desarrollo basados en la garantía y operatividad de la propiedad privada de los medios de producción estimulan la competencia y competitividad requeridas para dar respuesta a las demandas de crecimiento socioeconómico de las sociedades modernas, orden donde la creación de riqueza funge como sostén de condiciones de existencia emparentadas con índices de prosperidad individual tangible.
En sociedades como la venezolana, donde el grueso de la población aún vive atrapado en las típicas condiciones precarias de estadios de desarrollo relativo insuficiente, lo anterior debería comprenderse de una buena vez por todas. Cuelga la interrogante: ¿ha hecho el liderazgo intelectual, económico y político nacional lo suficiente para que esto se entienda a lo largo del tejido social? Quizás esa no sea la interrogante adecuada. Quizás lo que debería preguntarse es lo siguiente: ¿conoce y cree dicho liderazgo en los postulados del liberalismo político y económico? De la respuesta depende el futuro del país.
Referencias
Imagen: Obra “Turno de siglo”, de Hugues Merle
Tomada de: Ideas en Libertad
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