Como veremos, los protagonistas de esta historia en apariencia nada tienen que ver con el doctor José María Vargas (1786-1854) ni con el coronel Pedro Carujo (1801-1836 ). Sólo en apariencia. Estos dos personajes interactúan en la historia venezolana durante la fracasada (¡otra más!) revolución de las Reformas de 1835. En tal suceso, Carujo, con la pretensión de desalojar al ocupante de la casa presidencial y primer presidente civil de Venezuela, le habría espetado a Vargas la siguiente perla:
-¡Doctor Vargas, el mundo es de los valientes!
Imaginamos (solo imaginamos), que si el reputado doctor Vargas, por añadidura, ex rector de la Universidad de Caracas, hubiese vivido en nuestros tiempos, habría podido responderle a Carujo con una expresión desenfadada, acorde al lenguaje de esta época:
-¡Nooo Carujo! ¿Vas a seguir con ese calamar?
Otra posible respuesta contemporánea pudo haber sido:
-¡Caramba Droopy, por lo visto no te cansas!
O también pudo haber respondido:
-¿Revolución? No compadre, ¡esa barajita está repetida!
Pero no. El culto y moderado doctor Vargas no podía siquiera imaginar, que desde aquel año de 1835, hasta los restantes 65 del siglo XIX, Venezuela debió padecer unas 120 revoluciones, revueltas o asonadas, protagonizadas por otros tantos Carujos. Barajitas que se repiten en el álbum de los fracasos nacionales. ¡Vaya si son originales los aventureros revolucionarios del siglo XX! El doctor Vargas, con la valentía de quien se apoya en la razón respondió:
-No, el mundo es del hombre justo.
Y así pasó a nuestra historia aquél tenso diálogo. Ya han transcurrido 185 años y los tiempos bizarros que ahora vivimos, desdibujan no sólo la imagen del hombre justo, reducido al silencio o la impotencia. El que calla otorga y esto es favorable a la injusticia. También el valiente se confunde con el audaz. Cobarde y acomodaticio, arrogante si está armado, listo para aprovecharse del débil. Aunque es bien sabido que los guapos se convirtieron en una especie en extinción desde que proliferaron las pistolas. En medio de tal ambiente se produjo un nuevo encuentro entre el civil y el militar, el alcalde de un pueblo andino frente a un teniente de la Guardia Nacional, por supuesto, Bolivariana: el primero llamado Paulino Vargas, el segundo “recuerda a Carujo”, pero en realidad lleva por nombre Pedro Carrizo. No se le puede pedir más a la casualidad histórica.
1.- El Civil: Tras su triunfo en las elecciones municipales en el 2018, Paulino Vargas se encaminó hacia la desierta edificación en la cual funciona la Alcaldía. Lo acompañaron algunos de sus colaboradores más próximos. Ganó la contienda frente al candidato oficialista utilizando el lema El Alcalde de las Grandes Obras, pues ya había ocupado el cargo unos 15 años atrás cuando, en medio de la bonanza rentista, pudo lucirse con el gasto público. Pero al adentrase en la sede del poder local, lo que observa lo hace dudar del compromiso adquirido: buena parte de las puertas de las oficinas habían sido arrancadas. De las pocetas y lava manos apenas quedaba la marca de algo que estuvo allí. Lámparas y bombillos arrancados de cuajo, los vehículos de la institución sin cauchos, algunos sin motor, casi todos, desvalijados. Papeles regados, sin artículos de oficina, ni un lápiz para rayar. Vargas era abogado, aunque en realidad sobrevive gracias al comercio. Pero algo de historia sabe. Por ello aquel paisaje distópico le hizo pensar, ¿Sería que por acá pasó Boves, y luego remató Antoñanzas con Zuazola? ¿O tal vez Atila y sus huestes? Como abogado alcanzó a murmurar:
-Debe ser un anticipo de las prestaciones sociales cobradas con arbitrariedad.
Luego recordó que aquella labor de rapiña, se había hecho frecuente cuando los oficialistas sufrían alguna derrota electoral en alcaldías y gobernaciones antes bajo su control. En tales casos, éstos aplican la llamada Ley Jalisco: ¡si pierdo arrebato!
El Alcalde recién electo y su grupo subieron la escalera que conduce al tercer piso. Allí se localiza el despacho principal. Al llegar a la entrada les sorprende Manuel, el jardinero que por más de 30 años procura mantener el verdor de la plaza Bolívar. Es el único empleado municipal que los recibe:
-Señor Alcalde, estoy regando la plaza con una manguera que me ha prestado mi tocayo el panadero. ¡La de acá también se la robaron!
Esto aclaraba las cosas. No se trató de Boves, Antoñanzas o Zuazola. Por aquí pasó el Barbarazo del famoso merengue. –Fue el comentario general del grupo-
Algo insólito estaban por presenciar Vargas y sus acompañantes: Al entrar al despacho de la principal autoridad, todo lucía limpio y en su lugar. Las mesas y sillas de fina madera, el escritorio y sus gavetas de caoba, aunque vacías, sin un papel, todo estaba impecable en aquél recinto. ¿Cómo pudo ocurrir esto? ¿Cómo explicar semejante contradicción? ¿Los dos primeros pisos saqueados y el tercero como el museo de Louvre? Muchas conjeturas se hicieron, pero al advertir la presencia del hibridizado Bolivar digital todo parecía aclararse. Junto al engendro de Hitchcock además estaba el retrato ampliado del “comandante eterno”.Era la estética propia de un thriller bolivariano. Por ello, el grupo llegó a la conclusión: es muy posible que aquellos cuadros adquirieron la condición de figuras totémicas respetadas por la hueste salvaje, por lo cual no se atrevieron a saquear el recinto. Pero a Vargas, pese a repetir en el cargo, le faltaba mucho por aprender y admitir que ya no sería el Alcalde de las grandes obras, sino el Alcalde de las sobras dejadas por los carujos que tenían el poder real.
2.- El Militar: No se conocen muchos datos del teniente Pedro Carrizo. Andino, con vocación por el poder, de mediana estatura y atlético, de tez blanca y ojos claros. Le permite sólo a sus amigos de otras regiones (iguales o superiores en rango) que lo apoden Gringocho, así con los adjetivos entrelazados. Carrizo en realidad, no es más que un eslabón intermedio de las cadenas de mando que la revolución ha implantado asociadas con el monopolio de algunos sectores de la economía. Se dice que este teniente obedece órdenes directas del General Gasolina en la REDI respectiva. Pero en ocasiones, se entiende con el coronel Harina de Trigo, también con el General Cabilla o el mayor general Cemento Andino. Las primeras noticias sobre la presencia de Carrizo en las cercanías del pueblo, se derivaron de su actuación en la alcabala cercana (a 5 kilómetros del centro poblado). Las víctimas de la matraca impuesta por el personaje, se atribuyeron el derecho de pregonar el apodo, Gringocho, sin poseer el rango señalado. Otras de las víctimas publicitaron, para escarnio del teniente, los métodos que éste empleaba atribuyéndole denominaciones en burdo inglés. Según esto, el personaje aplicaba técnicas tales como:
- – Get out of the mule
- – Give me for the sodas
- – Without bite there is no paradise
- – We take yuca and bananas
- -We also take papaya and pineapple
Los plataneros y productores de cambur preferían llamarlo el teniente racimo. Había que dejarle en la alcabala, la cuota parte del producto, aunque no estuviese en el lugar.
Pero en la medida en que la destrucción del aparato productivo venezolano avanzaba, el control sobre el contrabando y la distribución de gasolina se hizo más apremiante. Los Generales cabilla, cemento, harina de trigo, etc., volvieron su vista hacia el General Gasolina. Para este momento, bachaquear combustible era “la única actividad económicamente rentable que podía practicarse. Y esto explayó la actividad. Desde productores agrícolas en etapa previa a la cosecha, taxistas, pequeños comerciantes, desempleados, hasta maestros y profesores. Quien deseara conservar el vehículo y medio comer, ya consideraba la posibilidad de colocar una cuota de al menos 30 litros de gasolina (unos 10 dólares a precio de Colombia) por día o por semana. Ni siquiera se debía cruzar la frontera. Los revendedores se encontraban cerca, dentro del propio territorio nacional.
La intensa competencia por acceder el “preciado líquido”, unido a la merma del valor del bolívar, llevó incluso a cobrar la mordida en especie. Policías y guardias nacionales provistos con bidones, obligaron a sus víctimas a usar mangueras para succionar a fuerza de pulmón, el combustible desde los tanques de los vehículos hasta sus embases. El famoso Chip creado para combatir el contrabando, terminó estimulándolo pues, al menos daba derecho a una cuota fija de gasolina que se podía revender. Es decir, para poder bachaquear, se requiere el Chip, con lo cual obtener uno de éstos, dejó de ser ofensivo al público y muy atractivo para los gestores. Se hizo apetecible y con amplias posibilidades para el negocio burocrático. Por lo demás, el control de las estaciones de servicio se convirtió en la última cornucopia de los valientes Carujos en el poder.
3.- Vargas y Carrizo se enfrentan por la gasolina
Hasta la oficina del alcalde llegan los gritos.Algo ocurre en la entrada del pueblo, donde está localizada la única estación surtidora de combustible del municipio. La persistencia de la algarabía hace que Vargas llame al jefe de servicios. Este le informa que los vehículos adscritos a la municipalidad no están recibiendo la cuota de combustible acordada desde los tiempos de la administración pasada. Eso incluye el camión recolector de basura, la achacosa ambulancia del hospital y el rústico utilizado para atender la población del campo. Vehículos recuperados del abandono en que fueron recibidos. Pero lo más grave, le dicen al alcalde, es que el oficial a cargo de la estación está organizando dos filas para surtir la gasolina: la del común con chip y la fila BIP, para quienes están dispuestos a pagar 20 dólares por el llenado.
-Esto mantiene a la gente enardecida- Le informa el jefe de servicios.
-Y…¿ quién es ese oficial que está a cargo de la estación?- Pregunta Vargas.
-¿Quién puede ser? Pues el teniente Pedro Carrizo, alias Gringocho.- Responde el jefe de servicios.
Vargas conocía referencialmente al militar, pero no había tenido la grata ocasión de tratarlo personalmente. Pero la presión popular lo obligó a presentarse en la escena. Además, ya le habían informado de comentarios ofensivos hacia su persona, según los cuales no hacía nada por la gente y lo tildaban de cobarde al no enfrentar las tropelías ejecutadas por la guardia nacional en la alcabala cercana.
El alcalde y el jefe de servicios se aproximan a la estación surtidora. Cuando faltaban unos 20 metros para llegar hasta donde estaba el teniente, Vargas es abordado por un nutrido grupo de propietarios de los vehículos en espera. Están radicalizados, iracundos. Le increpan su inacción y falta de valor a la vez que sugieren el asalto de la estación, apenas custodiada por Carrizo y un guardia de menor rango. La principal autoridad civil del distrito verifica la doble fila, el cobro irregular y la negativa a proporcional gasolina a los vehículos de servicio público. Decide avanzar para encarar al uniformado. Se coloca frente al sujeto, en tanto los radicales los rodean a ambos. Respira profundo y le increpa:
-Oficial, usted está asignando de manera injusta la gasolina, ¡además de la evidente corrupción en su actuación! Dijo Vargas con aplomo y firmeza. Pero Carrizo no se inmutó. Asumió posición erguida, apoyó con desgano su mano izquierda en la pistola que portaba. Y al momento ripostó:
-¿Y quién es usted?
-Soy el alcalde de este distrito y primera autoridad civil- Respondió Vargas animado por los gritos y arengas que ya se empezaban a escuchar. Pero el teniente, ya curtido en el arte de amedrentar, soltó ya con un grito de mediana intensidad, lo siguiente:
-Pues, ¡ocúpese de los suyo que en esta vaina mando yo!
Frente a ese imperativo categórico, tal vez Vargas pudo requerir del apoyo popular, sobre todo de los radicales que le rodeaban. Pero para su sorpresa, a la insolente actuación del militar le siguió un curioso silencio. Los radicales miraron a Vargas y éste miró a los radicales. Uno a uno fueron expresando su resignación:
Radical 1: Bueno, en realidad yo sólo tengo por delante unos 300 carros. Tal vez alcance la gasolina para mí…
Radical 2: No, no hay problema. Yo dormí anoche aquí, que duerma otra noche más dentro del carro, pues…¡ nadie se muere por eso!
Radical 3: Bueno, pues le tocará a mi mujer hacerme el relevo pues yo llevo dos noches seguidas haciendo la cola. ¡Cuando toca, toca!
Y asi, los alzados se fueron alejando gradualmente. Cada uno con su respectiva excusa. Pero esto no fue suficiente humillación para Vargas y su asistente. Mientras se alejaban del lugar, el teniente Carrizo les gritó en la distancia:
-¡Metan los carros de la alcaldía en la fila! ¡Si sobra, se les dará gasolina! Ya no quedaban dudas: Paulino Vargas estaba bien encaminado a convertirse en el Alcalde de las pocas sobras.
4.-Epílogo: Frente a la crisis sanitaria empujada por el coronavirus, seguimos observando la primacía de los Carrizos o de los Carujos. Los Vargas no son prioridad, aun en medio de una grave crisis sanitaria. Pero en la experiencia del alcalde, el hombre justo parece devenir en impotente, precisamente cuando tampoco se presenta el hombre valiente. Nos acostumbramos a ver una dicotomía insalvable entre Vargas y Carujo, como si la cobardía fuese una virtud en cualquier circunstancia. De hecho, José María Vargas requirió de Páez (la fuerza y la valentía), para recuperar su presidencia. Tal vez una cuota de verdad acompañe a los dos sujetos. ¿Será que esperamos que alguien nos haga el obsequio gracioso de la justicia que nosotros por cobardía, no somos capaces de ganarnos?
Referencias
Imagen: Obra “The war” de Konrad Klapheck
Tomada de: Ideas en Libertad
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