domingo, 29 de marzo de 2020

Serie: Crónicas del Socialismo del siglo XXI. #8 La gasolina enfrenta a Vargas y Carujo

EZIO SERRANO PÁEZ / IDEAS EN LIBERTAD 29MAR2020

Como veremos, los protagonistas de esta historia en apariencia nada tienen que ver con el doctor José María Vargas (1786-1854) ni con el coronel Pedro Carujo (1801-1836 ). Sólo en apariencia. Estos dos personajes interactúan en la historia venezolana durante la fracasada (¡otra más!) revolución de las Reformas de 1835. En tal suceso, Carujo, con la pretensión de desalojar al ocupante de la casa presidencial y primer presidente civil de Venezuela, le habría espetado a Vargas la siguiente perla:



-¡Doctor  Vargas, el mundo es de los  valientes!


Imaginamos (solo imaginamos), que si el reputado doctor Vargas, por añadidura, ex rector de la Universidad de Caracas, hubiese vivido en nuestros tiempos, habría podido responderle a Carujo con una expresión desenfadada, acorde al lenguaje de esta época:


-¡Nooo Carujo! ¿Vas a seguir con ese calamar?


Otra posible  respuesta  contemporánea  pudo  haber sido:


-¡Caramba Droopy, por lo visto no te cansas! 


O también  pudo  haber  respondido:


-¿Revolución? No compadre, ¡esa barajita  está  repetida!


Pero no. El culto y moderado doctor Vargas no podía siquiera imaginar, que desde aquel año de 1835, hasta  los restantes  65 del siglo XIX, Venezuela debió padecer unas 120 revoluciones, revueltas o asonadas, protagonizadas  por  otros  tantos Carujos. Barajitas que se repiten en el álbum de los fracasos  nacionales. ¡Vaya si son originales  los aventureros revolucionarios del siglo XX!  El doctor Vargas, con  la valentía de quien se apoya en la razón  respondió:


-No, el mundo es del  hombre justo.

Y así pasó a nuestra historia aquél tenso diálogo. Ya han  transcurrido 185 años y los tiempos bizarros que ahora  vivimos, desdibujan no sólo la imagen del hombre justo, reducido al silencio o la impotencia. El que calla otorga y esto es favorable a  la injusticia. También el valiente se confunde con el audaz. Cobarde y acomodaticio, arrogante si está armado, listo para aprovecharse del débil. Aunque es bien sabido que los guapos se convirtieron en una especie en extinción desde que proliferaron las pistolas.  En medio de tal ambiente se produjo  un nuevo encuentro  entre  el civil y el militar,  el alcalde  de un pueblo  andino frente  a  un teniente de la Guardia Nacional, por supuesto, Bolivariana:  el primero llamado Paulino Vargas,  el segundo  “recuerda  a Carujo”, pero  en realidad  lleva por nombre  Pedro  Carrizo. No se le puede pedir más a la casualidad histórica.


1.- El Civil: Tras su  triunfo  en las elecciones  municipales en  el 2018, Paulino Vargas se encaminó hacia la desierta  edificación  en la cual  funciona la Alcaldía. Lo acompañaron algunos de sus colaboradores más próximos. Ganó la contienda frente al candidato oficialista  utilizando  el lema El Alcalde de las Grandes Obras,  pues ya había ocupado el cargo unos 15 años atrás cuando, en medio de la bonanza rentista, pudo lucirse con el gasto público. Pero al adentrase en  la sede del poder local, lo que observa  lo hace dudar del compromiso adquirido: buena parte de las puertas de  las oficinas habían sido arrancadas.  De las pocetas   y lava manos apenas quedaba la marca de algo que estuvo allí.  Lámparas y bombillos  arrancados de cuajo, los vehículos de la institución  sin cauchos, algunos sin  motor,  casi todos, desvalijados. Papeles regados, sin artículos de oficina, ni un lápiz para rayar.  Vargas era abogado, aunque en realidad sobrevive gracias al comercio.  Pero algo de historia  sabe. Por ello aquel paisaje distópico  le hizo pensar, ¿Sería  que por acá  pasó Boves, y luego remató Antoñanzas con Zuazola? ¿O tal vez Atila y sus huestes? Como abogado alcanzó a murmurar:




-Debe ser  un anticipo  de las prestaciones sociales cobradas  con arbitrariedad.


Luego recordó que aquella labor de rapiña, se había hecho frecuente cuando los oficialistas sufrían alguna derrota  electoral   en  alcaldías y gobernaciones antes  bajo su control. En tales casos, éstos aplican  la llamada  Ley  Jalisco: ¡si pierdo arrebato!


El Alcalde recién electo y su grupo  subieron  la escalera  que conduce al tercer piso.  Allí  se localiza  el despacho  principal. Al llegar  a la entrada  les sorprende  Manuel, el  jardinero que por más de 30 años procura mantener  el verdor de la plaza Bolívar. Es el único empleado municipal que los recibe:


-Señor Alcalde, estoy regando la plaza con una manguera que me ha prestado mi tocayo el panadero. ¡La de acá  también se la robaron!


Esto aclaraba las cosas. No se trató de Boves, Antoñanzas o Zuazola. Por aquí pasó el Barbarazo del famoso merengue. –Fue el comentario general del grupo-


Algo insólito estaban por presenciar Vargas y sus acompañantes: Al entrar al despacho de la principal autoridad, todo lucía limpio  y en su lugar.  Las mesas y sillas de fina madera, el escritorio y sus gavetas de caoba, aunque vacías, sin un papel, todo  estaba impecable en aquél  recinto. ¿Cómo pudo ocurrir esto? ¿Cómo explicar semejante contradicción? ¿Los dos primeros pisos saqueados y  el tercero  como el museo de Louvre?  Muchas conjeturas se hicieron, pero al advertir  la presencia del  hibridizado  Bolivar digital  todo parecía aclararse. Junto al engendro de Hitchcock además estaba el retrato ampliado del  “comandante eterno”.Era la estética propia de un thriller  bolivariano. Por ello, el grupo llegó a la conclusión: es muy posible que aquellos cuadros  adquirieron la condición de  figuras totémicas respetadas  por la hueste salvaje, por lo cual no se atrevieron a  saquear el recinto.  Pero  a Vargas, pese a repetir en el cargo, le faltaba mucho por  aprender y admitir  que ya no sería el  Alcalde  de las grandes obras, sino  el Alcalde de las  sobras dejadas  por los  carujos  que tenían el poder real.



2.- El Militar: No se conocen muchos datos  del  teniente  Pedro Carrizo. Andino, con vocación por el poder, de  mediana estatura  y atlético,   de tez blanca y ojos claros.  Le permite sólo a sus amigos  de otras  regiones (iguales o superiores en rango) que lo apoden  Gringocho, así  con los adjetivos entrelazados.  Carrizo  en realidad, no es más que un eslabón  intermedio de las cadenas de mando  que la revolución ha implantado  asociadas con el monopolio de algunos sectores de la economía. Se  dice que este teniente obedece  órdenes directas del General Gasolina en la REDI respectiva. Pero en ocasiones, se entiende  con el coronel Harina de Trigo,  también con el General Cabilla o el mayor general  Cemento  Andino. Las primeras noticias sobre la presencia de Carrizo en  las cercanías del pueblo, se derivaron de su actuación en  la alcabala cercana (a 5 kilómetros del  centro  poblado).  Las  víctimas de la matraca impuesta  por el personaje, se atribuyeron el derecho de pregonar el  apodo,  Gringocho,  sin poseer  el rango  señalado.  Otras de las víctimas publicitaron, para escarnio del teniente, los métodos que éste empleaba atribuyéndole  denominaciones  en burdo inglés. Según esto,  el personaje  aplicaba técnicas tales  como:



  1. – Get out of the mule
  2. – Give me for the sodas
  3. – Without bite there is no paradise
  4. – We take yuca and bananas
  5. -We also take papaya and pineapple



Los plataneros  y  productores de  cambur  preferían llamarlo  el  teniente racimo. Había que dejarle en la alcabala, la cuota  parte del producto,  aunque no estuviese  en el lugar.
Pero  en la medida en  que  la destrucción del  aparato productivo  venezolano avanzaba,  el control  sobre el contrabando y  la distribución de gasolina se hizo más apremiante. Los  Generales  cabilla, cemento, harina de trigo, etc., volvieron su vista  hacia el  General Gasolina.  Para este momento,  bachaquear combustible era  “la única actividad económicamente rentable  que podía practicarse. Y esto explayó la actividad.  Desde productores  agrícolas  en etapa previa  a la cosecha, taxistas, pequeños comerciantes,  desempleados, hasta  maestros y profesores. Quien deseara conservar el vehículo y  medio comer,  ya  consideraba la posibilidad de colocar una cuota de al menos 30 litros de gasolina (unos 10 dólares a precio de Colombia) por día o por semana. Ni siquiera se debía cruzar la frontera. Los revendedores  se encontraban  cerca, dentro del propio territorio nacional.


La intensa competencia  por acceder  el “preciado líquido”, unido a la merma del valor del bolívar, llevó  incluso a cobrar la mordida  en especie. Policías y guardias nacionales provistos con bidones, obligaron  a sus víctimas a usar mangueras para succionar a fuerza de pulmón, el combustible desde los tanques de los vehículos hasta sus embases.  El famoso Chip creado para combatir el contrabando, terminó  estimulándolo pues,  al menos  daba derecho a  una cuota fija de  gasolina que se podía revender. Es decir, para poder bachaquear, se requiere el  Chip, con lo cual obtener uno de éstos,  dejó de ser ofensivo al público y muy atractivo para los gestores.  Se hizo apetecible y con amplias posibilidades para el negocio burocrático. Por lo demás,  el control de las estaciones de servicio  se convirtió en  la última  cornucopia de los valientes Carujos  en el poder.


3.- Vargas y Carrizo  se enfrentan por la  gasolina

Hasta la oficina del alcalde llegan los gritos.Algo ocurre  en la entrada  del pueblo, donde está localizada la única  estación  surtidora de combustible del municipio. La persistencia de la algarabía hace que Vargas llame al jefe de servicios.  Este le informa que  los vehículos adscritos a la municipalidad  no  están  recibiendo  la cuota  de combustible  acordada desde los tiempos de la administración pasada. Eso incluye el camión recolector de basura, la achacosa ambulancia del hospital  y  el rústico utilizado para atender la población del campo. Vehículos recuperados del abandono en que fueron recibidos.  Pero lo más grave, le dicen al alcalde, es que el oficial a cargo de la estación  está organizando  dos filas para surtir la gasolina: la del común con chip  y la fila BIP, para quienes están  dispuestos a  pagar 20 dólares  por el llenado.


-Esto  mantiene a la gente enardecida- Le informa el jefe de servicios.


-Y…¿ quién es ese oficial  que está a cargo de la estación?- Pregunta  Vargas.


-¿Quién puede ser? Pues  el teniente  Pedro Carrizo, alias  Gringocho.- Responde el jefe de servicios.


Vargas  conocía referencialmente  al  militar, pero no había tenido la grata ocasión de tratarlo personalmente. Pero la presión  popular lo obligó  a  presentarse en la escena. Además, ya le habían informado  de comentarios  ofensivos  hacia su persona, según los cuales no  hacía nada  por la gente y  lo tildaban de cobarde al no  enfrentar las tropelías  ejecutadas por la guardia nacional en la alcabala cercana.


El alcalde y el jefe de servicios  se aproximan a la estación surtidora. Cuando faltaban unos 20 metros  para  llegar  hasta donde estaba el teniente, Vargas es  abordado por un nutrido grupo de propietarios de los vehículos  en espera.  Están  radicalizados, iracundos. Le increpan su inacción y falta de  valor  a la vez que sugieren el asalto de  la estación,  apenas custodiada  por Carrizo y un  guardia de menor rango. La principal autoridad  civil  del  distrito verifica la doble fila, el cobro irregular  y  la negativa a  proporcional gasolina a los vehículos de servicio  público.  Decide avanzar  para encarar  al  uniformado.  Se coloca frente  al sujeto, en tanto los radicales los rodean a ambos.  Respira profundo  y le increpa:


-Oficial,  usted está  asignando de manera injusta  la gasolina, ¡además de la evidente corrupción en su actuación! Dijo Vargas  con aplomo y firmeza.  Pero  Carrizo no se inmutó.  Asumió posición erguida,  apoyó  con desgano su mano izquierda  en la pistola  que portaba.  Y al  momento ripostó:


-¿Y quién  es usted?


-Soy el alcalde de este distrito y primera autoridad civil- Respondió  Vargas  animado  por los gritos y arengas que ya se empezaban a escuchar. Pero el teniente, ya curtido en el arte de amedrentar,  soltó  ya  con un grito de mediana intensidad, lo siguiente:
-Pues, ¡ocúpese de los suyo que en esta vaina  mando yo!


Frente a ese imperativo categórico, tal vez Vargas  pudo requerir del apoyo popular, sobre todo de los radicales que le rodeaban. Pero para su sorpresa,  a la insolente  actuación del  militar le siguió un curioso silencio.  Los radicales miraron a  Vargas y éste miró a los radicales. Uno a uno  fueron expresando  su resignación:


Radical 1: Bueno, en realidad  yo sólo tengo por delante  unos  300 carros. Tal vez alcance la gasolina para mí…


Radical 2: No,  no  hay problema.  Yo dormí anoche aquí,  que duerma otra noche más dentro del carro, pues…¡ nadie se muere por eso!


Radical  3: Bueno, pues  le tocará a mi mujer hacerme el relevo pues  yo llevo dos noches seguidas haciendo la cola. ¡Cuando toca, toca!


Y asi,  los alzados se fueron alejando gradualmente. Cada uno con su respectiva excusa. Pero esto no fue suficiente  humillación para Vargas y  su asistente. Mientras se alejaban del lugar, el teniente Carrizo  les gritó en la distancia:
-¡Metan  los carros de la  alcaldía en  la fila!  ¡Si  sobra, se les  dará  gasolina! Ya no quedaban dudas:  Paulino  Vargas  estaba bien encaminado  a  convertirse  en el Alcalde  de las pocas sobras.


4.-Epílogo: Frente a la crisis sanitaria empujada por el coronavirus, seguimos observando  la primacía de  los Carrizos o de los Carujos.  Los Vargas no son  prioridad, aun en medio de una grave crisis sanitaria.  Pero  en la experiencia del alcalde, el hombre  justo parece devenir en  impotente, precisamente  cuando  tampoco se presenta el hombre valiente.  Nos acostumbramos a ver  una dicotomía insalvable entre  Vargas y  Carujo, como si la cobardía fuese una virtud en cualquier circunstancia. De hecho, José María Vargas requirió de Páez (la fuerza y la valentía), para recuperar  su presidencia.  Tal vez  una  cuota de verdad  acompañe a los dos sujetos. ¿Será que esperamos  que alguien nos haga  el obsequio gracioso de la justicia que nosotros por cobardía, no somos capaces de  ganarnos?


Referencias
Imagen: Obra “The war” de Konrad Klapheck
Tomada de: Ideas en Libertad

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