A mediados de 1999 se realizó una encuesta en Ecuador para determinar si la gente estaba de acuerdo con la dolarización; la respuesta fue mayoritariamente negativa. Un mes después se hizo una encuesta similar, pero la pregunta esta vez se refería a si convendría que los sueldos y salarios se pagaran en dólares. Esta vez la respuesta fue casi absolutamente positiva. Para la época el país venía de 20 años de una economía inestable, que se reflejó también en crisis políticas.
Para finales de diciembre de 1999 la tasa de cambio de Sucres por dólares había llegado a 25.000 unidades; la inflación rondaba el 200%, había una crisis sistémica en el sector bancario que había arrasado con importantes bancos y mantenía en zozobra a muchas instituciones financieras medianas y pequeñas. Las tasas de interés de los bonos y títulos del Estado pagaban intereses estratosféricos de cerca del 350%; el nivel informal de dolarización de la economía se movía entre el 60% y el 75%; el Banco Central Ecuatoriano, en pocos meses de 1999, había quemado 1.200 millones de dólares de las reservas internacionales en un intento inútil por defender la paridad del Sucre (igual se elevó desde US$/S 5.000 hasta 25.000). Se había eliminado al IVA y creado un impuesto a las transacciones financieras, que propició la desintermediación bancaria; el gobierno había decretado una moratoria en el pago de su deuda externa. Las tasas de interés nominal de los bancos rondaban el 60%; La economía era un caos, había un enorme rechazo al gobierno y sobre todo una gran desconfianza en la capacidad gubernamental para manejar la crisis.
La gente, que no tiene un pelo de tonta, porque sabe defender instintivamente su patrimonio familiar, sin distinción de clase social, se refugió en el dólar estadounidense, debido a que no existía control cambiario, medida que un país como Ecuador no podía permitirse, por eso nunca les pasó por la cabeza a sus gobernantes, tomar tal resolución. De manera que coexistían las dos monedas en la economía, pero en tanto que al Sucre lo rechazaban, al dólar lo adoraban. Era la moneda refugio. Tampoco había, como en la Venezuela de hoy un enorme desabastecimiento, porque aquella era una economía abierta y no se había atacado frontalmente, y perseguido, al sector privado productor. Pero igual había un modelo económico fracasado, caracterizado por alta inflación, debilidad del sistema financiero, expectativas devaluacionistas permanentes, elevado valor del dólar y altísima desconfianza en la moneda nacional. A mediados de ese año 1999 el gobierno sorpresivamente decretó un lunes laboral como feriado bancario, pero a continuación también decretó no laborable al martes. Abrieron los bancos al público el miércoles, sin que el gobierno tomara medida alguna, con lo cual las colas para cambiar Sucres por dólares aumentaron y en consecuencia la desconfianza. El lunes siguiente el gobierno decretó un congelamiento de los fondos de los particulares en los bancos que duró meses. Al término de ese largo período, la gente igual reventó las colas para cambiar la moneda nacional por dólares.
Así se llegó a enero del año 2000, oportunidad en la que el gobierno se encontró en un callejón sin salida: o estatizaban la banca y ponían obstáculos al flujo de capitales (control cambiario), con lo cual la vía hacia la hiperinflación estaba servida, como ha ocurrido históricamente en todo el mundo, o escogían la vía de la dolarización. Se fueron como sabemos por la última opción, hace ya 15 años de este hito. Hubo problemas de inflación severa el primer año 91% y en menor grado el segundo año, 21%, pero luego la economía se estabilizó y de un salario mínimo establecido en 1999 montante a 40 dólares, hoy es de 400. Este hecho por sí mismo refleja lo acertado de haber escogido la vía de la dolarización
Cort. La Patilla
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