El retorno de los periodistas a la sede de la Asamblea Nacional se ha considerado como uno de los logros importantes de la nueva legislatura. Estamos, sin duda, ante el reconocimiento de la libertad de expresión y del derecho a la información conculcados por la directiva saliente.
Este reconocimiento por los actuales directivos del Parlamento es, de por sí, un acontecimiento de extraordinaria importancia, y la demostración de cómo los diputados que antes ejercían su hegemonía en el Hemiciclo preferían el hermetismo y la oscuridad en los asuntos públicos. Aparte de este cambio tan necesario para la democracia, hay un aspecto que queremos destacar.
Ese aspecto no se relaciona con el propósito mayor del deber de informar en sentido transparente, sino con el pavor que le provocaba y les provoca a los diputados del régimen la presencia de los periodistas. Los ven como enemigos a quienes prefieren mantener a prudente distancia. Los juzgan como una plaga capaz de impedir la afirmación de su predominio sin obstáculos. Cuando los ven en sus proximidades pegan la carrera, como si estuvieran ante la inminencia de la peste.
Ciertamente les habían prohibido el acceso por el deseo de imponer un monopolio mediático, pero también la restricción obedeció al pavor incontenible que sintieron y sienten ante la cercanía de la prensa independiente. Veamos algunos ejemplos.
Habituado a la dócil compañía de los preguntones complacientes, el capitán Cabello exhibe gran incomodidad ante la presencia de los micrófonos que no puede dominar, ante las preguntas que no puede contestar por falta de costumbre o por la carencia de respuestas satisfactorias. De allí que los periodistas que piensan con cabeza propia y quieren cumplir su misión de informar sin cortapisas a la ciudadanía, se hayan convertido en su calvario personal.
Las torceduras de su cara y de sus gestos, sus frases entrecortadas, lo delatan como un sujeto indefenso ante las armas de un enemigo colosal ante cuyo ataque no sabe cómo lidiar. Algo semejante sucede con el diputado Carreño, apenas capaz de desembuchar expresiones de mal gusto y un repertorio de insultos cuando la prensa le busca la lengua. Es evidente que se siente en indeseable compañía.
Las reacciones de los diputados Jaua y Flores ante la “osadía” de unos reporteros que peguntaban desde la distancia por el caso de los sobrinos de la familia presidencial acusados de presuntos narcotraficantes no pudieron ser más elocuentes. Amenazas y anuncios de represión para eludir la contestación sobre un asunto sobre el cual tuvo que volver después la diputada para no quedar tan mal parada frente a la opinión pública. Solo la presencia de la prensa independiente condujo a que, por fin, se dignara la señora a ofrecer unas palabras.
La directiva de la nueva AN no solo ha rectificado una falta histórica en torno a la libertad de expresión, sino que, también y por añadidura, nos ha puesto ante los miedos, las limitaciones y las vacilaciones de quienes personalmente la temen.
Fuente: El Nacional
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