¿A quién culpar entonces de la ausencia de orden y solemnidad? ¿Al Reglamento Interior y de Debates que reserva dicho cargo para el diputado que más agua haya mascado o visto pasar bajo los puentes, sea ésta ardiente o no? Luce caprichoso ese criterio
Si se toma la accidentada, que no accidental, dirección de debate bajo la batuta del diputado Héctor Agüero como el triste epílogo de lo que fue el dominio de la bancada roja en la Asamblea Nacional, convendremos que no ha podido ser más emblemática la actuación del parlamentario psuvista.
Agüero y Víctor Clark, como secretario, fueron los dos últimos cartuchos que pasajeramente quemó la fracción oficialista desde el presidio de la AN adonde, de verdad-verdad, no volverán por lo menos en cinco largos años, a menos que en adelante el partido de gobierno haga tantos mea culpas, arrepentimientos y actos de contrición que les valiera en un nuevo reparto, método D´Hont de por medio, el reconocimiento en la mesa directiva del peso de sus 55 parlamentarios.
Agüero, como lo pudo apreciar todo el país en estado de estupefacción, montó un show aparte, virtualmente se alzó con el coroto: no verificó el quórum; distribuyó el tiempo como brasas para sus sardinas; se convirtió en inusitado orador de orden que devino en desorden y finalmente dejó a Ramos Allup con la carabina al hombro al no proceder a juramentarlo.
La pieza oratoria de varias páginas, sacada como conejos de la manga por el veterano ex guerrillero, hubiera sido de muy difícil comprensión incluso si la hubiera pronunciado con mediana corrección y en inteligible voz. Lamentablemente a su autor, aparte de la divagación, lo asaltó un trabamiento de la lengua, una especie de agarrotamiento del apéndice de la modulación verbal que resultó angustiante para la audiencia nacional e internacional, al punto que fue poco lo que tirios y troyanos pudimos sacar en claro de su turbadora intervención.
El episodio de Don Héctor, a horcajadas entre el drama y la comedia, era un bocado demasiado apetitoso para ese cardumen de pirañas que son en momentos estelares los tuiteros y los tantísimos y muy traviesos incursionadores en las redes sociales, que rápidamente hicieron de las suyas lanzando memes, entre ellos uno con el diputado llevado en brazos de amigos, con un litro en la mano y diciendo: “Si ustedes saben como soy, pa´ qué me invitan”.
Confieso que no resistí la tentación de lanzar desde el tuiter uno que otro dardo, pero más inocentes, claro está, que lo antes dicho. Me atreví a decir que el diputado Agüero no estaba acostumbrado a leer o se le habían olvidado los lentes, pues efectivamente hay fotos en las que aparece con espejuelos, que ayer no llevaba. Y para el destrabamiento de la lengua sugerí acercarle, me disculpo, esa herramienta metálica conocida popularmente como ”pata e´cabra”.
La mayoría se fue, exageradamente, por atribuir el trance del diputado Agüero a una celebración anticipada de su juramentación y alguno se lo figuraban despertándose a eso de las 6 p.m. en el hemiciclo solitario y a oscuras sacando a bailar a las cariátides de cemento blanco y preguntándoles: “¿Ya pasó todo?”.
Hubo por supuesto voces juiciosas exigiendo respeto para el accidentado director accidental en atención a su avanzada edad. Es cierto, pero si el señor Agüero es el coordinador del PSUV en Carabobo y fue propuesto a sus electores es porque se supone que está en dominio absoluto de sus facultades, pues de lo contrario se hubiera cometido un fraude, un engaño. No discuto el que se hubiera lanzado su perorata porque si bien el Reglamento no lo establece tampoco lo impide, pero fue un exceso.
¿A quién culpar entonces de la ausencia de orden y solemnidad? ¿Al Reglamento Interior y de Debates que reserva dicho cargo para el diputado que más agua haya mascado o visto pasar bajo los puentes, sea ésta ardiente o no? Luce caprichoso ese criterio. ¿Por qué no jugarlo a “papel, piedra y tijera” que algún tipo de habilidad o destreza supone para el ganador?
La intervención del diputado Agüero resultó el epítome de la actuación de la bancada roja en ese hemiciclo por lo mucho de su improvisación, lo que tuvo de abuso y sobre todo del incumplimiento de sus funciones, pues obvió la juramentación. En su descargo hay que decir que, por lo menos, no fue procaz ni escatológico, puesto que como es sabido esas atribuciones son de absoluta exclusividad del diputado Carreño.
Fuente: TalCualDigital
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