La felicidad de cinco familias, multiplicada por toda la Isla, desemboca en el estremecimiento nacional, en el modo en que los cubanos festejan el regreso de esos hijos ausentes de Cuba desde hace demasiado tiempo
Nyliam Vázquez García / Juventud Rebelde
Una se hace muchas preguntas. Una habría querido estar allí cuando llegaron. Sin embargo, no hay que ser adivino para tener la certeza más absoluta de que este miércoles 17 de diciembre ha sido el día de los abrazos en esta tierra.
Primero el rumor, la duda, la ansiedad; luego, tantas emociones juntas. La confirmación, y cada uno de los once millones de cubanos habrá tenido un pensamiento. Varios lo habrán vivido a su manera, pero seguramente todos coincidieron en la hondura de una idea, resumida en la voz incrédula de mi madre al teléfono: «¿Verdad? ¡Como deben estar esas familias!».
La felicidad de cinco familias, multiplicada por toda la Isla, desemboca en el estremecimiento nacional, en el modo en que los cubanos festejan el regreso de esos hijos ausentes de Cuba desde hace demasiado tiempo. Y pasa que un matrimonio se abraza, muchos lloran de pura alegría, el teléfono comienza a sonar, una anciana inicia un rezo de agradecimiento y en la calle pareciera que el sol se mudó a alumbrar, rostro a rostro, a los cubanos.
Cada átomo emocionado se transfigura en la sonrisa de Adriana. Esas caricias mínimas de él en su rostro, esa mirada sin palabras; en los brazos de Mirta, unidos como en oración esperando a su Nene; en ese ¡te lo dije! de Maruchi, su hermana; en el beso intenso de Elizabeth, sin poder apartarse del gigante que la llama Nana; en los rostros de Ailí, Laura, Lizbeth; en los corazones aliviados de René y Fernando, quienes podrán, por fin, completarse en el regreso a casa.
Uno se imagina que estarán viviendo horas de ensueño, de esas en las que, tal vez en algún instante, la mente les juegue una mala pasada y se pregunten, sin que nadie lo sepa: «¿Estaré soñando?». ¿Acaso no es esa también nuestra pregunta?
Pero ellos, ahora al alcance de un abrazo, nos devuelven a la verdad de este 17 de diciembre, una verdad que se eleva y llegará dondequiera que estén las madres de Gerardo y Ramón, esas mujeres que se fueron sin el abrazo físico de sus hijos, pero ya recibieron, con manos de héroes, las flores que las acarician en sus tumbas.
Ellas fueron lo primero y seguramente se escuchó el susurro vaticinado: «Mijo, yo sé que eres tú», justo en el instante en que Gerardo puso los labios en el mármol que resguarda a su Mamucha. Ramón también cumplió su deuda. No llegó vestido de militar, pero su vieja sabe que él realizó su sueño.
La emoción toma todas las formas posibles. Cada quien con su primer impulso: el llanto silencioso y absolutamente feliz, el sms apurado, el brindis, la llamada, una voz en ráfaga, aunque del otro lado apenas pueda ahogar el sollozo, la toma de las calles, el aplauso, el cartel espontáneo, los buenos deseos… y los abrazos que hoy comparten los cubanos, los que querríamos darles a los tres, a los Cinco, y con los que nos entregamos a las horas.
¿Cuántos abrazos pueden guardarse en 16 años? Es hora de sacarlos ahora, como abrigos, para calentar en casa los pechos de estos hombres.
Cada quien tenía sus sueños de regreso. La memoria trae la voz de Adriana contando su pesadilla recurrente: Gerardo llegaba y ella le rogaba con lágrimas que no la dejara sola nunca más. Hace unas horas no había ni siquiera una fecha para desterrar los fantasmas, pero ella, una mujer fuerte, ha vivido luchando contra la incertidumbre, creyendo sin un ápice de dudas, que dormiría otra vez en sus brazos y cumplirían los sueños pendientes. Anoche fue la primera de las muchas noches que vendrán y esa idea contagia, cierra un ciclo.
Entonces, a mi imagen de Ramón le cuelgan cuatro mujeres que no lo dejarán salir de casa y la de Tony siempre lleva a Mirta de su brazo, tal vez en algún momento tarareen juntos mil canciones añoradas.
A estas horas la felicidad rebota en cientos de sensaciones, y la de esas cinco familias, convertidas en una sola, es suficiente para toda la Isla. Esos hombres, convertidos en hijos de todas las madres, ya comenzaron a vivir horas intensas que solo René y Fernando podrían anticiparles. Sin embargo, tendrán ellos que sentirlo en la cotidianidad por venir, en las expresiones de amor que les aguardan.
Ya lo adelantaba Gerardo: por mucho que se prepararan, este pueblo los sorprenderá con más.
Uno se imagina a Gerardo sentado, al fin, en el estadio Latinoamericano, al lado de Armandito el tintorero —que tampoco pudo esperarlo— o usando la guayabera que su amada le regalara, igual a las que usa Rafael Correa. Uno se imagina a Gerardo susurrándole a su Adriana que no habrá más pesadillas ni más noches sin su acurruco. Ya pasó…
Y Ramón, aunque su esposa haya cubierto todos los frentes posibles para que aún en las más adversas condiciones hubiese familia unida, se me antoja como en la visión de la Irmita de René luego de que su padre saliera de prisión: Un hombre aprendiendo a doblar ropa de mujer, tomando el timón de un hogar. Terminaron los cumpleaños de ausencias, los fines de año eludiendo las cuentas. Ya Ramón no se perderá más momentos trascendentes en la vida de sus tres hijas, ya podrá vivir las graduaciones que les quedan, las bodas que vendrán, los nietos, los aniversarios…
Tony volverá a saborear las delicias de su madre, a bailar casino, a conversar con sus muchachos mirando sus ojos, y vestirá el pincel con los colores de este cielo mientras se saca nuevos versos del alma.
Los Cinco juntos… ¿Cómo habrán sido esos abrazos? Recuerdo la mirada cristalina de René al recordar, para el libro Retrato de una Ausencia, que no hubo ocasión para las despedidas cuando después del juicio los enviaron a lejanas prisiones en la geografía estadounidense. El abrazo y el beso que le diera René a Fernando a su llegada a Cuba es uno de esos momentos entrañables repetidos ahora, mientras los cubanos no sabemos qué hacer con tanto. Anécdotas, risas, las charlas, las horas de Cuba se antojan más livianas.
Los Cinco nos han llegado de a poco. Primero esos rostros aún jóvenes en carteles y vallas, sus firmas, ellos convertidos en leyenda, cada uno con su sello tan reconocible en anécdotas y en las voces de quienes los conocen.
Otra vez sus rostros con las huellas de los años, luego sus voces, la cadencia del tono de cada uno, la insistencia de ese mensaje recordando que esas voces nos llegaban desde prisiones estadounidenses. Luego René y después Fernando, héroes de carne y hueso reencontrándose con el país, caminando por las calles, cumpliendo promesas de ir al cine, poniendo rostro a cientos de personas que durante años fueron nombres en las cientos de miles de cartas desde todos los continentes, honrando a Martí, al Che, escalando cimas, trabajando por este día… ahora Gerardo, Ramón y Antonio.
Ellos nos legan un día convertido en abrazos, adelanto de los que vendrán. Cuba se rinde en estrechones, y mientras cinco de sus mejores hijos nos cuentan de la victoria ante la muerte, hay otra madre, Mirta, que ya no espera otro camino que la vida.
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