Va terminando el año 2014 y entramos en esta temporada de reflexiones, que nos lleva a preguntarnos: ¿Qué caracterizó este año?, ¿cómo lo recordaremos?, o ¿qué afrontó el venezolano para cumplir sus metas? Una respuesta certera sería que la característica típica del 2014 fue una evidente crisis de inflación, desabastecimiento, caída en el precio del petróleo, congelamiento del Gobierno para adoptar medidas que le permitan al país enfrentar la crisis y, como consecuencia, una pérdida estrambótica del valor del bolívar y de la calidad de vida de los venezolanos.
Si bien el entorno político y económico está compuesto de múltiples variables, percibidas bajo perspectivas personales, no cabe duda de que si estás buscando la harina para hacer hallacas, el juguete para el chamo en Nochebuena o el estreno para el Año Nuevo, todas coinciden en que no sabes dónde lo conseguirás, cuánto te costará y además si llegarás a tiempo para escoger lo que más te guste o convenga. Entonces podemos descifrar, entre el cúmulo de indicadores de la economía, a estos dos marcadores como los vinculantes al desarrollo de vida del consumidor venezolano.
Ante toda esta crisis que afecta la vida de nuestra población, en una esquina está el Gobierno, con el socialismo y sus debates internos sobre el modelo económico que ha mantenido hasta ahora con resultados muy negativos, negándose a reconocer lo que la ciencia económica ha probado hasta la saciedad a lo largo de la historia: que los controles de cambio y precio son ineficientes y desencadenantes de distorsiones, ineficiencias y corrupción. Mientras se pretenda dar dólares regalados a todos los sectores y personas que el Gobierno considere convenientes, lejos de concretar un subsidio para la población, lo único que se obtiene es alimentar el proceso inflacionario y estimular y prolongar el desabastecimiento.
El Ejecutivo debió realizar varios ajustes durante el año 2014. Los había anunciado hasta la saciedad y eran esperados por el mercado, pero ha decidido ponderar más el costo político inmediato que ellos acarrean sobre los cuantiosos beneficios para el país en el mediano plazo, estrechándose su margen de maniobra ante la consistente caída del petróleo. Aun apuntando a concretar alguna combinación de medidas (aumentar la gasolina, reducir ayudas internacionales, abrir el mercado de divisas, entre otras del heptágono de decisiones que ya hemos comentado antes), el tiempo le juega en contra y el costo del retraso será tangible durante el 2015. Es como un piloto que perdió el control del avión y cada milla que cae hace más probable el hecho de que le sea imposible levantar la nariz del avión, incluso haciendo más tarde lo que debió haber hecho más temprano.
Mientras esto pasa, en la otra esquina la oposición aún se encuentra buscando una razón común que la articule, proyectando múltiples mensajes y saturando la atención de sus propios seguidores con temas abstractos, peleas internas y propuestas encontradas.
Entre lo que se debe hacer económicamente, lo que la oferta política proponga y lo que el consumidor quiere, existen pocas coincidencias. Un paciente siempre será más receptivo en actitud y respuesta al tratamiento cuando experimenta un proceso de concientización. En un país normal, la inminencia de una crisis llevaría a todas las fuerzas políticas, incluso las adversas, a buscar acuerdos mínimos para validar las acciones impopulares indispensables para surfear la crisis. Por ello, a las puertas de un 2015, con elecciones parlamentarias, en medio de una crisis y con un recorte proyectado en la mesada petrolera, lo preferible es explicar y realizar la operación ahorita, que esperar la corredera de la emergencia mañana. Pero luce que nadie quiere asumir ese reto.
Cort. El Universal
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