Cuando, en 1959, Rómulo Betancourt ocupó la presidencia de Venezuela le tocó enfrentar una muy comprometida situación financiera que le obligó a adoptar rígida políticas de austeridad que, entre otras medidas, implicaban una reducción de 10% del sueldo a los trabajadores de la administración pública que, entonces como ahora, era la principal fuente de empleos del país; aunque impopular, el jefe de Estado supo y pudo capear el descontento que esa resolución produjo entre gremios y sindicatos y, al concluir su mandato, no sólo puso término a lo que se percibía como injusto tributo punitivo, sino que devolvió, en su totalidad, el dinero retenido durante el tiempo que la medida estuvo en vigor: una entrada inesperada para los trabajadores.
Ese provisorio reajuste salarial formó parte del programa de racionalización del gasto público que le permitió a Betancourt sortear las dificultades derivadas del exiguo precio de los hidrocarburos y de las deudas contraídas por la dictadura.
Maduro, por su parte, heredó una economía seriamente comprometida pero en escala superlativa, si se le compara con la recibida por Rómulo, tanto por los irresponsables compromisos adquiridos durante las gestiones de su tutor y antecesor, cuanto por sus desafueros -dádivas, misiones clientelares, compra de voluntades, regalos a países amigos, amén de otras excentricidades solidarias-, y, naturalmente, los negocios y el pillaje cometidos impunemente por enchufados y boliburgueses a su servicio.
Para atender una economía enferma, el gobierno no ha encontrado remedios; por el contrario, sus desacertadas actuaciones no han hecho sino agravar su estado, y el asunto se les ha ido de las manos con la escalada indetenible de la inflación y la exacerbación extrema de la escasez y el desabastecimiento.
Para oscurecer aún más el sombrío panorama, los precios del petróleo se derrumban sin que el país pueda convencer a sus socios de la OPEP de reducir la producción a ver si detiene el abaratamiento de nuestro principal proveedor de recursos financieros.
Tanto ha empeorado la situación que Maduro sugiere poner fin a los gastos suntuarios y propone recortar su paga; un saludo a la bandera que, como ahorro, es una nadería y ni por asomo compensa el contraproducente dispendio -20 millones de dólares- que cuesta a la alcaldía capitalina el festival Suena Caracas, un verdadero exabrupto, pues con semejante suma se podría financiar la importación de insumos para que los laboratorios clínicos realicen sus rutinarios exámenes de orina, de momento suspendidos por falta de portaobjetos, como informó ayer este diario.
La gracia de Jorge Rodríguez ha sido encomiada por Nicolás y, contradiciéndose a sí mismo, ha sugerido que el festival se prolongue en el tiempo y el espacio para llevarlo a todo el país; un gastillo más en circo y un dinerillo menos en pan. Es evidente que entre Betancourt y la frivolidad de Maduro media la distancia que hay entre un estadista y un tira piedras.
Cort. El Nacional
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