ENRIQUE OCHOA ANTICH / TalCualDigital
Para decirlo en cristiano, cuando se audita el programa de la máquina de votación que sumará los votos, se le coloca una clave para que no pueda ser modificada sin el conocimiento de los auditores
La celebérrima frase "¡Qué bruta es la gente inteligente!" (¿fue Guzmán quien la dijo?) viene como anillo al dedo para referirnos a ciertos editores exiliados, militares retirados, técnicos discutibles, e incluso políticos sin brújula que, con obstinación y porfía dignas de mejor causa, insisten en el mito del fraude electoral y en particular en la más quimérica posibilidad de todas: que las máquinas, esas oscuras cajas de Pandora cargadas de calamidades e iniquidades según afirman, arrojen resultados contrarios a la voluntad popular.
Evitando apelar al más fácil de todos los argumentos, a saber: que la oposición ha hecho y hará sus primarias precisamente con esas máquinas, nunca está demás discutir esta leyenda urbana.
Aunque cueste creerlo, dicen ¡y escriben! estos sesudos analistas que a tales efectos el gobierno tiene ya escogidas ¡3.000 máquinas! en cada una de las cuales habrán de ser inoculados ¡2.000 votos! de mentirijillas, de lo que deducen entonces que serán contados -simulados- nada más y nada menos que... ¡6.000.000! (seis millones, usted leyó bien) de votos virtuales.
Ocurre sin embargo que cada máquina va programada para una cantidad límite de votos de acuerdo a los electores que para el caso sean, lo que hace imposible la peregrina tesis.
Además, tanto el programa como las máquinas mismas (el software y el hardware) han sido auditados con participación de técnicos expertos de la oposición (lo mejor del país en esta materia). Veamos.
Primero se realiza una auditoría al software de votación, es decir, al código fuente, la cual garantiza que el programa informático con el que trabaja la máquina es el indicado. Así se certifica que suma, asigna, totaliza y transmite de manera correcta los resultados.
Esta certificación se hace a través de la asignación de un código numérico cifrado o hash, inmodificable e intransferible, que viene a ser la cédula de identidad de la máquina. Detrás de esa llave digital reposa el programa avalado por las organizaciones políticas. En adelante, durante todas las auditorías en las que intervengan máquinas de votación, se revisa que ese código no haya sufrido alguna modificación.
Para decirlo en cristiano, cuando se audita el programa de la máquina de votación que sumará los votos, se le coloca una clave para que no pueda ser modificado sin el conocimiento de los auditores. En ese mismo programa va incluído el procedimiento para generar los códigos de seguridad de las actas de escrutinio que salen de las máquinas a la sala de totalización del CNE.
Se trata de una clave larga alfanumérica dividida en cuatro partes: una la asigna el CNE, otra los representantes de la oposición, una más los del partido de gobierno, y fiinalmente otra la propia empresa fabricadora de las máquinas. Demás decir que si falta una parte, cualquiera de ellas, no es posible abrir ni mucho menos modificar el software.
Luego se realizan las auditorías de producción, pre-despacho e infraestructura de las máquinas. ¿Se puede pedir más control?
Como se ve, la idea de los ¡millones! de votos virtuales que se introducirían en las máquinas es sólo una especie fantasiosa que únicamente sirve para promover la desconfianza en el voto e inhibir la participación.
Oficio propio de esos seres a quienes me gusta llamar "fraudistas", es decir, que hacen del fraude una creencia, una convicción dogmática, y un programa político conducente a desalentar el voto para propiciar fantasiosas salidas no electorales. Volveremos sobre el tema.
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