Hoy a las 4:25 de la mañana se oyó una Diana en todos los cuarteles de la Fuerza Armada Bolivariana Nacional. La Diana sonó como uno de los homenajes que el gobierno está dando a Hugo Chávez, el comandante eterno del socialismo del siglo XXI, en el segundo aniversario del anuncio de su muerte.
Lo justo sería que esa Diana sonara por los casi 300.000 asesinados por la mano de la delincuencia desbocada en los últimos 16 años. O por Franklin Brito, a quien Chávez dejó morir de inanición por defender sus principios y derechos. O por los 195 presos políticos de Chávez (el general Francisco Usón, los comisarios Forero, Simonovis, Vivas, los ocho policías metropolitanos, la ex juez María de Lourdes Afuini y al general Raúl Isaías Baduel, entre muchísimos más).
O también por los más de 20.000 trabajadores que botó de PDVSA y por los otros miles de venezolanos a quienes aplicó el apartheid y se les negó el derecho a trabajar. O podría sonar la Diana por esos niños de la calle a quienes se les incumplió la promesa de sacarlos de las vías públicas, del hambre y la miseria. O por los miles de ciudadanos que esperan por la vivienda digna que repetidamente les prometió.
Obviamente, es una utopía esperar que el gobierno de Nicolás Maduro suene la Diana por estos y otros miles de venezolanos a quienes Chávez despojó de sus más elementales derechos civiles, económicos y políticos en aras de implantar su Plan de la Patria. No hay que olvidar que Maduro es su heredero y quien a falta de carisma, arraigo popular y recursos está montando su poderío a fuerza de represión y violencia redoblada.
Ahora bien, Hugo Chávez sí merecería un “homenaje”, si hubiera cumplido aunque fuera con algunas de sus acertadas promesas de combatir la corrupción, de promover la justicia social, la inclusión de los más desfavorecidos y, por supuesto, su compromiso con los valores democráticos que lo llevaron al poder por la vía del voto en diciembre de 1998.
Pero, no cumplió, a pesar de que eran promesas que podía haber cumplido con creces. Chávez no solo ostentaba un indudable carisma y tenía un poder de encantador de serpientes con los cuales hubiese podido vender las necesarias medidas para corregir las distorsiones económicas y sociales que en efecto existían en Venezuela. También contaba con el apoyo de una mayoría de la población y con casi todos los medios de comunicación que apostaban por un cambio hacia el progreso. Además de que contó con ingentes recursos de la renta petrolera y de que aportó, en principio, buenas ideas para promover la justicia social.
Lamentablemente, Chávez escogió el camino equivocado y en vez de impulsar a Venezuela hacia el progreso, la condenó a la miseria, al retroceso histórico y la hundió en el pozo de la corrupción.
Su nefasto legado es hoy palpable en los infortunios que azotan a cada venezolano. Está allí en la agigantada deuda social que se refleja en las cifras de pobreza que hoy se equiparan a los peores años del siglo XX; en el deterioro del sistema de salud y en el ingente déficit de viviendas y en las ya incalculables cifras de homicidios. También es tangible en la caída de la producción petrolera injustificable, en la devastación del sistema productivo nacional; así como en una inflación que ronda el 60% y en una escasez jamás vista en el país. Y comprobable en la espiral imparable de presos políticos que incluye a dirigentes y alcaldes, y en el amañado sistema de administración de justicia que ayer condenó a ocho años de prisión Raúl Baduel (hijo del general Baduel) y al dirigente popular Alexander “Gato” Tirado, tan solo por protestar.
Su historia estará marcada de manera indeleble por la destrucción de los valores democráticos, de los principios éticos que hacen viable la convivencia ciudadana; por la violación sistemática de los derechos humanos, las libertades económicas y la propiedad privada.
La historia no le tocará la Diana a Chávez.
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