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En una borrasca de carestías es normal que los dardos se dirijan al proveedor más cercano, pero generalmente los disparos que se lanzan a sus gerentes y a sus empleados no buscan la adecuada diana.
No es un tema sencillo, debido a que los reproches habitualmente se dirigen al proveedor cercano porque no está a mano el verdadero responsable de la crisis. Uno no hace cola frente a Miraflores para cantarle sus verdades al presidente Maduro, ni en las cercanías del Ministerio de Alimentación para pelear con el titular del área en cuyas manos está la solución del despelote. Uno hace cola frente a los supermercados, y entonces se desquita con la gente que solo vende carne en insólitas ocasiones, o que no tiene azúcar ni harina sino una vez cada quince días, por ejemplo. De allí que sean ellos los naturales pagadores de una desesperación sin salidas ni respuestas inmediatas.
Pero, si se observa la situación con ecuanimidad, solo se puede llegar a una conclusión adecuada: los supermercados también son víctimas de la crisis general de producción. No llenan sus estanterías porque no tienen con qué llenarlas. Así como las amas de casa esperan con ansiedad los ingredientes que requieren para la sobrevivencia, los responsables de las cadenas de expendio experimentan un calvario semejante. Hacen también su cola, a su manera. Los invade la impaciencia y pueden llegar a la desesperación, como los clientes que esperan y reclaman en los pasillos. Se quedan con las manos vacías mientras suplican por provisiones, según sucede a diario con los clientes defraudados. Para remate, también sienten cómo las cajas registradoras no suenan como antes, obligadas por la fatalidad de la carencia de ofertas.
Otro elemento les complica su situación. Los supermercados no solo enfrentan la ira de los usuarios, sino también las presiones del gobierno. Una ola de vigilantes los obliga a guardar silencio frente a las razones de la escasez que padecen. Una constante amenaza de multas los obliga a marchar derechitos frente a los intereses del régimen. Deben tapar los estantes con lo que tengan a mano para encubrir la carestía porque lo ordenan los jefes rojos-rojitos. Mucho peor, en ocasiones deben participar como ³cooperantes² de la autoridad, en la denuncia de los clientes que gritan, o que captan imágenes de la desolación. De allí que no les quede más remedio que ofrecer explicaciones que no convencen a nadie, y que aumentan la intemperancia de la clientela.
Sin que los comentarios de hoy traten de disimular fallas de atención y descuidos que saltan a la vista, es evidente que conviene juzgar con cabeza equilibrada la situación de los supermercados, no vaya a ser que terminen como únicas víctimas de una crisis que no han creado y que los llena de una zozobra frente a la cual se necesitan explicaciones serias.
Cort. El Nacional
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