Foto de archivo |
Cuando el señor Maduro pospuso 24 horas su mensaje anual a la nación, los venezolanos imaginaron que los anuncios presidenciales iban a ser tan serios y profundos que valía la pena esperar un día más. Había que tomar en cuenta que la larga y faraónica gira por medio mundo lo había dejado extenuado y, por tanto, había que ponerse al día sobre la situación del país.
Había regresado a Caracas con las tablas en la cabeza y los bolsillos vacíos. De hecho había defraudado a sus seguidores que lo veían como el gran líder que, en medio de grandes dificultades, estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para conseguir dinero fresco y paliar la hambruna que paso a paso avanza desde el interior del país y comienza a cercar peligrosamente la capital y sus alrededores.
El señor Maduro no trajo dinero fresco ni podrido, no trajo nada que no fuera varias maletas llenas de indecisiones y falsas promesas. Tan enorme era el fracaso de sus gestiones internacionales que casi hubo que obligarlo a regresar a Venezuela para que diera la cara. El pasajero Maduro inventaba sobre la marcha nuevos puntos de destino usando el mismo método del libro Las mil y una noches.
Pero tenía que regresar y dar cuenta de su periplo por Oriente. Y como no consiguió nada, no pudo decir nada, a lo sumo una lista de vaguedades que no alimentan la economía de un país, al contrario, la hunden en un mar de incertidumbres, destruyen cualquier ilusión de futuro y acrecientan las tensiones sociales.
Luego acude a la Asamblea Nacional para dar su mensaje anual y enreda aún más cosas porque su discurso en la medida en que lo desarrolla se torna más incoherente tanto en su forma como en su contenido.
No logra, para desesperación de sus seguidores, centrarse en el tema fundamental de la economía venezolana: el comportamiento del mercado petrolero y la caída de los precios del crudo, la merma en los ingresos percibidos por la exportación del petróleo y cómo ello hiere a fondo el presupuesto nacional, las inversiones y los programas sociales, el pago de la deuda externa y la importación de alimentos, medicinas, insumos para lo que queda de la industria nacional y, por supuesto, otros rubros cuya falta entorpece la vida diaria del venezolano.
Respecto al mercado cambiario lo que dijo fue como retroceder la película, ni una sola idea nueva, nada creativo o medianamente práctico para aclarar el enredo con el dólar, sino una obstinada insistencia en mantener unos escenarios que ya no dan para más, que han causado graves daños a la economía y la vida diaria del ciudadano común. Además vuelve al viejo mecanismo de las casas de bolsa después de haberlas atropellado, y enjuiciados y llevados a la cárcel a sus directivos. Menudo descaro.
Tampoco nada interesante o creativo para solucionar el problema de la escasez y de las colas en los centros de abastecimiento. Los diputados rojitos mostraban a las claras que jamás habían hecho una cola, es decir, ni siquiera son pueblo.
Fuente: El Nacional
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