El 2015 será un año extremadamente inestable en el Mediterráneo, pero la onda expansiva alcanzará a todo el planeta. La globalización también es eso.
La sacudida comenzará en Grecia con la probable elección del partido Syriza. La palabra es un acrónimo en griego que puede traducirse como Coalición de la Izquierda Radical.
Y bien que lo es. Se trata de una amalgama antisistema, dominada por los marxistas, presidida por Alexis Tsipras, ingeniero de 40 años, líder estudiantil comunista en su juventud.
En Syriza se juntan estalinistas nostálgicos, trotskistas, anarquistas, anticapitalistas, antiglobalizadores, verdes que odian los transgénicos, antiamericanos, eurófobos, antieuros, y, por supuesto, propalestinos-antiisrael. (No en balde Grecia es el país más antisemita de Europa, de acuerdo con la última encuesta de la Liga contra la Difamamación).
Esta montonera comenzó a gestarse hace unos años en las protestas contra las reuniones internacionales del Fondo Monetario Internacional o del Banco Mundial. Era una muchedumbre juvenil reclutada entre las tribus urbanas, frecuentemente desaseada y porrera, a la que los españoles calificaron, no sé por qué, como perrosflauta.
Los participantes acamparon en diversas plazas emblemáticas, desde Wall Street en NY hasta la madrileña Puerta del Sol, o se pelearon a pedradas contra las fuerzas del orden en media docena de ciudades, y hasta contaron con un manifiesto elemental, ¡Indignaos!, teñido por el “buenismo”, escrito por un nonagenario francés, Stéphanie Hessel, diplomático muerto recientemente, poco después de haber pergeñado su inesperado best seller.
El programa de Syriza es perfecto para cautivar a un porcentaje elevado de los electores y, simultáneamente, hundir aún más al país. Le habla a una sociedad que tiene un 28% de desempleados y una deuda exterior del 200% de su PIB. Les propone a los votantes salir de la crisis con más Estado –aunque ya le entregan al sector público el 44% de toda la riqueza que se produce–, gastando más y manteniendo el mítico “estado de bienestar”, con servicios buenos y “gratis” para todos.
Tsipras habla de derechos y no de responsabilidades. Rechaza la austeridad de la señora Merkel, tan ridículamente preocupada por el dinero que le entregan los laboriosos alemanes para que lo custodie, y la insolencia de los bancos y tenedores de bonos que pretenden cobrar los intereses pactados o los que se derivan del creciente riesgo-país, en la medida en que los inversionistas le ven las orejas al lobo.
Naturalmente, Tsipras combate la corrupción de los políticos y empresarios, que es mucha, pero no menciona la del “pueblo”, que defrauda a Hacienda, simula enfermedades para recibir pensiones —es el país desarrollado con más “ciegos legales” del planeta—, cobra empleos en los que no trabaja, cuenta con centenares de profesionales sufridos, que pueden jubilarse a los 50 o 55 años con un 96% del salario, entre los que se incluyen peluqueros y locutores, y, pese a tener un desastroso sistema público de enseñanza, posee cuatro veces más profesores per cápita que Finlandia, el país que mejor transmite los conocimientos, de acuerdo con las pruebas PISA.
El predecible triunfo de Syriza posiblemente impulse el de “Podemos” en España, una formación similar, dirigida por el joven profesor comunista-chavista Pablo Iglesias, con el agravante de que éste viene de contribuir decisiva y alegremente a la destrucción de Venezuela, mediante diversos tipos de asesorías dados por una fundación afín a su grupo (llegaron a tener un despacho en Miraflores, la casa de gobierno, y recibieron por sus servicios aproximadamente cinco millones de dólares). Asesorías que incluyen el manejo de la economía y hasta de las prisiones (¡madre mía!).
Iglesias y Tsipras, además de la ideología comunista, comparten un dato biográfico elocuente. Ambos han vivido siempre dentro del ámbito público, subsidiados o becados por el conjunto de los ciudadanos por medio de los impuestos.
Quizás ello explica que ninguno de los dos advierta que los problemas de España y Grecia no derivan del mercado o de la distribución de ingresos, sino de la debilidad del tejido productivo. Ambos países, por cierto, exhiben un bajo coeficiente GINI (32 y 34.3 respectivamente. Mejores que Canadá y Nueva Zelanda).
Lo que España y Grecia necesitan es más capitalismo, pero del bueno, el que se funda en la competencia y la meritocracia y no en el compadreo y la coima. Requieren muchas más empresas exitosas y competitivas en la esfera privada, porque ya sabemos a qué círculo del infierno nos conducen las empresas públicas. Lo que también necesitan, son Estados eficientes y honrados que ahorren y administren escrupulosa y transparentemente el dinero de los contribuyentes.
Ninguna persona sensata tiene nada en contra del Estado de Bienestar, siempre que la sociedad que lo disfruta lo haya elegido democráticamente y trabaje para costearlo. Como hacen, por ejemplo, los daneses o los austriacos.
Lo que resulta un disparate injustificable —la frase es de Ricardo López Murphy con relación a Argentina, tan parecida a Grecia y España—, es “trabajar como en Sicilia y querer vivir como en Suecia, pero culpando a Estados Unidos o a Alemania cuando, lógicamente, no se consigue”.
Nos vemos, preocupados, en el 2015.
NDO/El Nuevo Herald
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